Todo movimiento horizontal de inspiración asamblearia, anarquista, libertaria o como se quiera llamar, se enfrenta más pronto que tarde a una cuestión: ¿cómo comunicar a la sociedad las que, a su juicio, son las transformaciones necesarias para lograr un mundo mejor?
Es raro que los movimientos de corte marxista-leninista tengan este problema, pues están muy convencidos desde el principio de que el partido único debe actuar como vanguardia revolucionaria capaz de inspirar a una clase proletaria demasiado renuente (o idiotizada, según las versiones) como para tomar conciencia de la importancia de su tarea histórica. Está tarea pasa, por supuesto, por la abolición de la sociedad de clases y la instauración de la dictadura del proletariado.
Extinction Rebellion es un movimiento horizontal. Cada miembro de nuestro grupo obedece solo a su propia conciencia, aunque trabajemos juntas en nuestro objetivo común: que los gobiernos comiencen ya a adoptar las medidas necesarias para afrontar la crisis climática.
Como es lógico, esto nos sitúa ante el primero de los problemas, ¿cómo logramos que la sociedad sea lo suficientemente consciente del alcance e impacto de la crisis climática? Está cuestión surge frecuentemente en las reuniones de bienvenida y las charlas, cuando los ciudadanos, preocupados, nos hacen la misma pregunta que se hacía Vladimir: “¿qué hacer?”
En este momento, nosotras podríamos adoptar dos estrategias, mutuamente excluyentes. La primera de ellas consistiría en sacar todos los juguetes, la artillería pesada. Tenemos científicas que dominan el tema sobradamente y podríamos responder con lo evidente: si queremos afrontar la crisis, deberemos reducir de manera radical las emisiones derivadas de la quema de combustibles fósiles y operar transformaciones profundas (no necesariamente traumáticas) en nuestro modelo económico y productivo.
Sin embargo, yo personalmente conozco a suficientes personas conservadoras como para saber que, la mayoría de ellas, asumirá antes como lógico un sol de 40 grados en el mes de diciembre que un discurso en el que se les diga, por ejemplo, que en un futuro próximo el transporte privado deberá limitarse en los trayectos urbanos.
No soy excesivamente severo con ellos. Todas nos hemos criado en una sociedad que entiende que la libertad (cuando se utiliza este término como un concepto real y no como un mantra vacío de contenido), es equivalente a capacidad de consumo. Y el consumo es el verdadero elemento central de la economía capitalista: eso del ahorro y el trabajo duro es un eslogan que no se creerían ni los economistas de cabecera de la escuela de Chicago.
El consumo permite movilizar a las masas de trabajadores desempleados en las crisis de superproducción. Hasta el más reaccionario de los burgueses que tocan poder sabe que, lo que de verdad evita una revolución que acabe con su cabeza rodando por el suelo, es garantizar que la mayoría asalariada tiene, al menos, una capacidad de consumo muy limitada.
Todo esto, sin perjuicio de las bolsas de trabajadoras precarias, que cumplen una doble función clave: en primer lugar, actuar como elemento de disciplinamiento del resto de trabajadoras (“si no te quedas una horita más después de tu jornada, mira cómo puedes acabar”).
Y en segundo lugar, porque sirve como vía de escape para que cualquier trabajador desarrapado, exhausto tras una semana de jornadas laborales ilegales hasta para la legislación burguesa, pueda plantarse ante una inmigrante ilegal y pagarle por acostarse con él, encerrarla en un cuartucho durante años para que cuide como interna a su madre enferma o reventarla a trabajar recogiendo fresa.
En resumen, creo que si tratamos de convencer de la implantación de medidas concretas, si actuamos como profetas que le dicen a la gente lo que tiene que hacer, muy probablemente la lucha climática termine considerándose como una reivindicación puramente de izquierdas (“ya están los rojos con sus rojerías”, “odian tanto a Amancio que para subirle los impuestos son capaces de inventarse monsergas sobre el clima”).
Esto llevará toda la estrategia de lucha climática al fracaso inmediato y, de paso, a la Humanidad a afrontar un colapso que costará millones de vidas y deteriorará las condiciones de las personas supervivientes.
La segunda de las estrategias, por su parte, pasa por transmitir a la ciudadanía la información necesaria, en visibilizar la lucha, en ponernos en riesgo para que la población sea cada vez más consciente de que estamos ante un evento crítico. Si los ciudadanos empiezan a tomar conciencia, es más probable que se informen y presionen a los gobiernos para la adopción de medidas lo antes posible. También es importante de cara a crear el clima adecuado para aceptar los cambios que se avecinan.
Estos cambios afectarán a la pura lógica del sistema, porque el consumo implica, necesariamente, polución. Y esto es algo que no nos podemos seguir permitiendo. Esperemos que una ciudadanía informada tenga la capacidad de investigar, de informarse y de asumir, sencillamente, que el mundo en el que vivíamos no va a volver, y que los parches que han utilizado las economías de mercado para evitar su transformación en algo mejor sencillamente ya no van a funcionar.
Las ciudadanas informadas llegarán a la conclusión a la que llegaría cualquier persona con verdadera intención de comprender: emitimos demasiadas polución, y lo hacemos de manera tremendamente desigual. ¿Quién emite más y por qué? Es un conecta cuatro…
Por favor, apoyad la campaña de primavera. Acudid a las charlas, las reuniones y las manifestaciones. Debemos empezar a adoptar estrategias de desobediencia que obliguen a los gobiernos a actuar lo antes posible.
Los próximos años son nuestra última oportunidad.
Óscar D. López
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